El 29 de agosto de 1626, Vicente Carducho (c. 1576-1638), pintor del rey Felipe IV, firmó el contrato por el que se comprometía a realizar el ciclo pictórico que celebraba la fundación de la Orden de los cartujos por san Bruno y sus principales miembros, una empresa colosal con la que se pretendía plasmar visualmente diversos episodios de la historia y tradición cartujanas. Se trataba del encargo más completo jamás realizado sobre la orden: una serie de cincuenta y cuatro lienzos de grandes dimensiones y otros dos más, de menor tamaño, que representaban los escudos del rey y la Orden. El responsable intelectual del proyecto fue el padre Juan de Baeza (muerto en 1641), una figura fundamental de la espiritualidad y organización cartujanas que, por lo que sabemos, vigiló atentamente por el cumplimiento de los postulados de la Orden. Juan de Baeza proporcionó al pintor los episodios que debían incluirse en la serie, muchos de ellos inéditos o escasamente conocidos y de los que no había en España representaciones previas. El conjunto se organizó narrativamente en dos partes: los veintisiete primeros lienzos ilustran la vida del fundador, san Bruno de Colonia (1035-1101), desde el momento mismo en el que decide abandonar la vida pública y retirarse a la Grande Chartreuse (valle situado al norte de Grenoble), hasta su muerte y primer milagro póstumo. El segundo grupo está dedicado a glosar episodios significativos de la Orden en las principales cartujas europeas, un recorrido por los siglos XI al XVI que muestra el fuerte impulso fundacional de la Orden así como algunas de sus señas de identidad: el retiro en lugares solitarios de gran belleza y la vida de humildad, mortificación y penitencia, dedicada al estudio y la oración. El ciclo se cierra con un grupo de escenas heroicas que representan episodios de persecuciones y martirios padecidos por algunas comunidades de cartujos a lo largo de los siglos XV y XVI, unas imágenes que pretendían reforzar la fe de los monjes, al tiempo que proyectaban los conflictos religiosos y territoriales de la Europa del momento. La serie se realizó entre 1626 y 1632, tras un laborioso proceso creativo que conllevó la elaboración de numerosos dibujos y bocetos y la necesaria participación de algunos colaboradores. Como la mayoría de las series claustrales de los siglos XVI y XVII, Carducho concibió el proyecto como un conjunto mural. Como ya había demostrado con su amplia carrera, el pintor conocía bien la técnica de la pintura al fresco, la más característica y a priori adecuada para este tipo de ciclos narrativos, al menos en Italia, donde se conocían bien los pormenores de este procedimiento. Sin embargo, la complejidad del proyecto, la ubicación del Paular y la clausura rigurosa de la Orden, probablemente desaconsejaron la utilización de esta técnica. Los grandes lienzos remataban en arco de medio punto, adaptándose a los segmentos góticos del claustro, concebido por Juan de Egas entre 1484 y 1486. El italiano Nicolás Albergati (1375-1443), erudito cartujo, fue nombrado cardenal en 1426. Contó con el favor del papado y fue legado pontificio en el Concilio de Ferrara, en el que gracias a su mediación se alcanzaron importantes acuerdos entre diferentes iglesias y estados. Esa condición de mediador queda reflejada aquí en la escena del fondo, en la que el cartujo ejerce de interlocutor entre varios reyes y el emperador bizantino. En primer término lo vemos arrodillado, vistiendo la capa roja cardenalicia sobre el hábito blanco de los cartujos (Texto extractado de Ruiz, L. en: La recuperación de El Paular, 2013, pp. 185-190).
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